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Rosado para ella, durmiendo para ella, todos los demás sabían que el niño había muerto hacia algunas horas. y que solamente era un bulto gris.
Ella no, lo sabia, pero no podía resignarse, los dioses no aceptaban obsequios sin vida, debía revivirlo para luego, poder ofrecer su vida por el bienestar del año que empezaba.
La emperatriz mayestática, la observaba desde su trono sin mover un solo musculo de la cara, ella lo veía como era, un niño muerto, gris, que nunca reviviría o por lo menos ella, a pesar de ser su hijo, no quería que volviera a vivir, solo para volver a morir, solo para sufrir.
Difícil elección, porque aunque tenia mas rango y estirpe que la sacerdotisa, en estas cosas solo era ella, la que decidía.
El resto de los que se apiñaban para ver la resurrección y pronto sacrificio, parecían mirar indiferentes ese cuadro que se desarrollaba ante sus ojos, sin embargo había quien ejercía una verdadera indiferencia y quien sintiéndose madre/padre en recuerdos o proyectos, musitaba la oración a los dioses para dejar a los muertos en su lugar, ese niño no debía volver a vivir, o por lo menos no para morir prontamente.
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Un leve pestañeo del niño erizó hasta el ultimo cabello de la emperatriz que una y otra vez seguía musitando a sus dioses que el niño no volviera a la vida, sin embargo otro pestañeo, el movimiento de un piececito, luego las manitas agitando el aire le dijeron que la sacerdotisa había sido mas fuerte que ella y lo había revivido. Porque cruel destino debía el niño morir?
No lo entendía, aunque sabia que muchas veces los dioses usaban diferentes maneras de expresar su voluntad. La mirada de la sacerdotisa se dirigió a ella como pidiendo la anuencia para hacer la ofrenda y por lo tanto derramar la sangre del niño que poco a poco recuperaba el color volviéndose ahora si, muy sonrosado.
La emperatriz mantuvo su ojos bajos esperando un milagro sin permitir que la sacerdotisa pidiera su permiso, de repente el viento se abalanzo a la cueva amenazando con apagar el fuego e interrumpir la ofrenda, luego fue la lluvia que movida por el viento regaba el fuego haciéndolo vacilar cada ves más. Pero lo definitivo fue un rayo, un rayo de luz que inundo a todos y que elevo con su energía al niño hasta su altura, lo hizo virar y sonreír a los presentes y se lo llevo ante la sorpresa que los embargaba.
La única que mantuvo la compostura fue su madre, la emperatriz, ella en ese momento supo, que los dioses la habían escuchado, sin sacrificios humanos y que ahora, el niño pertenecía por siempre al mundo de la luz.
Alicia
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