Cuando la semana pasada nominaron este
tema, nos pareció un poco fuerte o al menos despertó algunas sonrisas. Entre
ellas la mía.
Como el otro tema lo había propuesto yo, no
me apetecía escribir sobre él. Pero la opción era muy difícil. Prefiero no
creer en el mal o no tener que verlo, o no tener que aceptarlo.
Lamentablemente ayer, el mal nos golpeo en
el rostro, con toda su fuerza haciendo que algunos de nosotros nos sintiéramos,
como mínimo, desalentados. Totalmente desalentados.
Una vez mas la violencia doméstica era
noticia y esta ves en nuestra ciudad, en nuestro pequeño y tranquilo nido, al
que muchos hemos elegido como nuestro lugar en el mundo.
No conocía a Cecilia, quizá la ví mas de
una vez en la calle, con sus amigos, o entre otros chicos y chicas argentinas
que pululan por Nerja. No conocía sus preferencias, ni sus virtudes, sus odios
o sus defectos, pero que mas dá. Su muerte como un ángel negro me toco el alma,
derrame las lagrimas que hubiera derramado por cualquier ser querido, solo me
hizo falta imaginar la desesperación de esos padres, que como tantos padres
argentinos y también de otras latitudes, tienen que dejar volar a sus hijos del
nido en búsqueda de las oportunidades que le faltan en su propio país.
Solo necesite situarme en la impotencia de
esos padres, el deseo manifiesto de querer estar acá, para abrigarla en su
despedida, el deseo de golpear puertas y pedir responsabilidades y la
frustración de la distancia, los 14.000 km y muchos euros que los separaban del
cadáver de su hija.
Solo me hizo falta situarme como madre, y a
pesar de saber que son muchas las mujeres que terminan así sus días, en una
orgía de sangre, golpes y gritos, tomar conciencia que cada mujer golpeada soy
yo, que cada victima soy yo, que cada mujer menospreciada soy yo y no dejar una
ves más que el mundo corra indiferente sin involucrarme.
Por eso hoy quise hablarles de ella, de
ella a la que no conocí, de ella que es una de tantas, de ella que nació bajo
mi misma bandera y en su memoria decirles que no permitamos que esto siga
adelante, no permitamos que mas Cecilias, o Marías, o Carmenes se vayan de este
mundo cosidas a puñaladas, u oliendo a pólvora, o con la cabeza destrozada a
golpes sin haber movido un dedo para evitarlo.
Ella, ellas, son nuestras madres, nuestras hijas,
nuestras amigas, y aún nuestras desconocidas, pero nadie se merece una muerte
así. Hasta el soldado, que deja el campo de batalla bañado de sangre, vuelca la
sangre propia y la ajena, la de ambos contendientes, ayer en el Balcón solo
brillaba la sangre de Cecilia.
La fiera una vez más había saciado su sed
de mal.
Alicia
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