miércoles, 9 de mayo de 2012

El patio Olores y perfumes


Caía la tarde sobre el patio con aromas a jazmines, ese patio de la casa de los abuelos, testigo de infancias felices de tres generaciones. Los recuerdos se agolpaban en la mente de Jacinta. Las cenas de verano, con noches tachonadas de estrellas titilantes. También improvisado salón de festejos familiares.
Fue allí donde se celebraron bautismos y comuniones; y algún que otro cumpleaños. Las mesas, improvisados tablones cubiertos de bellos manteles, los jarrones con flores, sabiamente colocados cada tanto, como al descuido. La vajilla de días de fiestas.
Allí habían bailado y reído, despertado amores adolescentes y riñas de enamorados.
Eran momentos de familia unida y cotilleos varios, de riñas entre algunos y reencuentros entre otros.
Era un lugar mágico, o por lo menos así lo recordaba. 
Cuando entraba llorando corriendo a los brazos de mi abuela con una rodilla rota y ella ponía una silla muy bajita para sentarse a la par y curarme, con una ternura que aun tengo gravada en mi alma.
Ya habían pasado muchos años, uno a uno abuelos, padres, hermanos, tíos, sobrinos, primos, habían desfilado por sus losetas y se habían ido, el silencio que vivía ahora en el, impresionaba, era un silencio denso.
La madreselva mustia, sin nadie que la riegue, sacaba tímidamente algunos brotes como queriendo aferrarse a la vida, como la casa misma, como el patio mismo. Se despedían haciendo lo único que sabían: darse a sí mismo.
Una lágrima rebelde empezó a deslizarse por la mejilla de Jacinta, la secó de un manotazo, y se apresuro hacia la salida. Cerró la puerta con doble llave, aunque no sabía muy bien con que sentido, mañana, mañana vendrían las maquinas y la derribarían: la casa, el patio, las plantas y los recuerdos, esos recuerdos que  ya solo vivirían en su memoria.   




Alicia 

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