lunes, 9 de julio de 2012

El suceso



Estaba muy exaltado, esa doble vida en la que había caído casi sin notarlo, era muy satisfactoria, sin quererlo estaba en el lugar indicado, con los estudios necesarios y sin posibilidad de ser descubierto.


Había destacado en la universidad, no podía ser menos que otros, se había diplomado con matrícula de honor, nunca olvidaría la emoción de sus padres cuando recibió su diploma, que estúpidos, ellos no habían tenido muchas oportunidades en la vida y veían en él la consumación de sus más altas aspiraciones. 
Su madre, una mujer fuerte de mirada dura, a quien la vida que había recorrido le había cobrado la ternura que alguna vez hubiera podido albergar. Sin embargo, aquel día creyó ver humedad en sus ojos. 
Su padre, igualmente emocionado, lo expresaba sin más, lloraba como un niño, nunca había sabido comportarse, pero ahora daba igual, él ya nunca tendría que depender de ellos, pasar necesidades, ni sufrir humillaciones. 
Él, de ahora en adelante sólo tenia que realizar sus sueños, con su título de médico bajo el brazo salió a paso apresurado seguido de sus progenitores; no quería dar espectáculos.


Los avisos del altavoz lo trajeron al presente nuevamente, ya habían transcurrido muchos años y ahora era requerido en el servicio de urgencias.  


- Doctor Velásquez, se requiere su presencia en el servicio de urgencias.


- Doctor Velásquez, se requiere su presencia en el servicio de urgencias. 


En realidad no le molestaba, era un servicio al que acudía eventualmente, sólo a requerimiento cuando los inútiles practicantes no sabían como actuar, y él iba feliz pensando en las nuevas oportunidades que se le presentarían.


Desde hacia muchos años era el jefe de planta de medicina general, allí se veía de todo, desde un común dolor de barriga a los peores casos en cuanto a complicaciones, dolor y diagnósticos difíciles. 
Con estos era con los que más disfrutaba, siempre eran una oportunidad de aprender, y el sufrimiento humano del que se mantenía totalmente al margen era sólo un aliciente más en su trabajo. 
El nunca había sentido el sufrimiento como algo propio, no porque le hubiesen faltado oportunidades, de hecho tuvo que decidir sobre la vida  de su padre y no le tembló la mano al aplicarle la inyección que lo llevaría al otro mundo.
 Su madre se lo había complicado un poco, ella decía que la vida había que dejarla en manos de Dios, pero la pobre no podía saber que él tenia la manera perfecta de ejecutar sus designios.


No miraba mucho la televisión, pero cuando eventualmente caía ante sus ojos alguna de esas ridículas series policíacas, no podía menos que burlarse. Como podían ser tan necios, nadie se había dado cuenta que el crimen perfecto existía. Mejor para él, podía seguir disfrutando sus hazañas.


Cuando llegó al mostrador de urgencias, dijo: 


- Soy el doctor Velásquez, ¿quién me necesita?
- En el box 5 lo está esperando la doctora Martinez.





Se retiró sin dar las gracias, y se dirigió con paso cansino hacia el box. La doctora Martinez, dentro de lo inútiles que eran los practicantes, era una buena médica, aprendía con rapidez, raramente solicitaba su presencia. 
Tenía que ser algo muy especial, quizás después de todo este fin de semana no sería tan aburrido. 


- Buenas tardes, Dra. Martinez, ¿cómo está? ¿qué le sucede?
- Buenas tardes, Mire, me permití molestarle en su descanso, ya que tengo un paciente desahuciado, al que en realidad podría remitir a algunos de los hospitales de cuidados paliativos, pero entró ayer con hemorragias digestivas múltiples, y aunque la situación está mejorando, no está en condiciones de pasarlo a planta ni de ser trasladado, y como aquí no puede estar más de 48 horas, debo decidir a que sector lo paso. Ante la duda me he permitido consultárselo.
- Cuénteme un poco más, ¿cómo llegó? ¿está solo? ¿hay alguien de la familia que firme el certificado de últimas voluntades?
- Ese es mi principal problema: llegó en ambulancia del centro de salud de su zona, acompañado de su esposa e hijos; y ninguno de ellos está muy dispuesto a aceptar que el final se aproxima.
- Ajá, bueno, déjemelo a mi, conversaré con ellos y seguramente llegaremos a un acuerdo.
- Gracias Dr. Velásquez, no sabe cuanto se lo agradezco, aún me cuesta un poco enfrentarme a estas situaciones tan delicadas.


La médica salió y se dirigió raudamente al mostrador para pedir que avisaran a la familia del Sr. Pérez que el Dr. Velásquez los requería en el box 5.


Se paró para recibirlos, una mujer de mediana edad, un joven veinteañero, y un hombre maduro de mirada cómplice, ya tenía quien lo respaldara, estaba seguro, Conocia lo suficiente a los seres humanos como para percatarse de que frente a él, tenía a alguien similar. 


Buenas tardes, se presentó afablemente y tratando de ser asertivo,


¿Como estáis?


El hombre se adelantó a darle la mano, el resto sólo un absurdo silencio. ¿Qué se creerían estas personas que ni siquiera respondían a su saludo? En fin, seguiría adelante a ver que pasaba.


- Como vosotros ya sabréis, el Sr. Pérez se encuentra en un estado sumamente delicado, ya se le han pasado dos bolsas de sangre y lamentablemente, si necesitara más, yo no estoy dispuesto a proporcionársela.
- ¿Y por qué razón? Saltó la mujer rompiendo su silencio, ¿no tienen sangre en este hospital, necesita donantes? Mañana el pueblo entero vendrá para darle toda la sangre necesaria.


Vaya con esta empecinada, ahora me veré obligado a argumentar también, pensó. 


- No, señora. No se trata de eso, hay sangre suficiente en el hospital.


- ¿Entonces . . . ?, preguntó la mujer extrañada.


- Entonces, le respondió el médico visiblemente alterado, lo que sucede es que transfundir sangre a su marido es lo mismo que tirarla a la basura; ¿no quiere entender usted que se está muriendo?


- Mire doctor, no es lo que quiera o no entender yo, es que se está recuperando una vez más.


- Permítame que le diga señora, que su marido no tiene recuperación posible y si fuera mi padre lo único que yo pediría es que no sufriera y se fuera cuanto antes.


- Sí, doctor, tiene usted razón, pero no es su padre y la decisión no es suya.


El médico decidió dejar las cosas como estaban, ya que no quería arriesgarse demasiado: 


- Está bien, esperemos a ver como pasa el día.


Por todo saludo, se levantó y se fue dejando allí a la familia, pensativa.  


Siempre que tenia que lidiar con gente como aquella, se alteraba, no podía evitarlo. ¿Cómo hacerles entender a aquellos ignorantes que cuando se termina, se termina? La vida es así: unos nacen, otros mueren y por más que se resistan a estos hechos, suceden igual. En fin, ya no le parecía un fin de semana tan entretenido.


Por el camino encontró a la Dra. Martinez, que le dijo: 


- ¿Qué tal, doctor? ¿Cómo fue la charla?


- Verá usted, no son gente de trato fácil, pero ya sabe que yo no tengo reparo en insistir cuando es necesario.


- Ya lo sé, ya lo sé, sin embargo, no olvide usted que ellos pueden pedir la intervención de otros profesionales, la realización de otros estudios y eso nos complicaría la guardia.


- No se preocupe, eso no sucederá y, si así fuera, llámeme las veces que sea necesario.


- Gracias, doctor, hasta luego.


Se retiraría a descansar un poco, finalmente las cosas no estaban respondiendo como él hubiera esperado y tenia que estar preparado para el caso en que lo volvieran a llamar.
Entró en su consulta, cerró con llave y se derrumbó en el sillón. Le quedaba un largo fin de semana por delante.


- Pero vamos a ver, ¿y ahora que es lo que está pasando?, inquirió el Dr. Velásquez a la Dra. Martinez.


- Mire doctor, la señora del paciente Pérez se retiró a descansar un rato, y volvió pidiendo que le hagan estudios a su marido para saber el origen de las hemorragias.


- Pero, ¿es que esta mujer está loca? Lo único que queda por hacer es dejarlo ir y eso es lo que haremos. Y salió furioso del pabellón.


En el pasillo de urgencias buscó a la esposa de Pérez y la descubrió acompañada de sus hijos en una pequeña sala fuera de uso que contaba con unos pocos sillones.


La llamó afuera para dividir a los contendientes y la encaró:


- ¿Me podría decir usted con que autorización se encuentran en esta sala?


- Mire, la verdad es que con ninguna, pero la sala de espera general está llena de gente y llevamos más de 24 horas en el hospital; los altavoces y las conversaciones en voz alta de la gente no permiten ni un minuto de paz.


- Pero aqui no pueden estar;  vaya donde está el resto de la gente. Por cierto, me ha dicho la doctora Martínez que quieren hacer más estudios para ver el origen de la hemorragia de su marido.
- Así es.
- Lo que usted no entiende es que su marido se va a morir igual, y que está en un estado muy delicado para trasladarlo.
- Mire, lo entiendo, pero surgió esta posibilidad y queremos que se lo haga.


- Usted quiere, usted quiere, lo único que hace es exigir, ya le he dicho que no se desperdician los recursos en pacientes moribundos como su marido.


- Me está usted diciendo entonces que lo dejemos morir sin hacer nada, ¿esa es su propuesta?


- Mi propuesta es que se lo lleven a morir a su casa, ya se lo dije cuando me informaron de los hechos, dijo Velásquez elevando el tono de voz con evidente impaciencia.




- ¿Le ha consultado usted a su marido su nueva ocurrencia?
- Sí, lo he hecho. ¿Puede también preguntarle cual es su decisión?
- Muy bien, se lo preguntaré.
Entró como una exhalación a la sala y se dirigió hacia la cama del Sr. Pérez:
La mujer, que lo seguía detrás, se acercó a la cama y, dirigiéndose a su marido le dijo:


- Este es el doctor Velásquez y quiere hacerte unas preguntas, ¿de acuerdo?


- De acuerdo, contestó cansadamente el Sr. Pérez .


- Sr. Pérez, el estudio que le quieren realizar es molesto y doloroso; como no se hace en este hospital deberíamos trasladarlo al Hospital General y eso conlleva un riesgo importante para su vida, ¿quiere usted hacerlo?


- Sí, contestó el Sr. Pérez sin hacer más preguntas.


El médico ocultó su sorpresa, y salió precipitadamente a hacer los arreglos necesarios.


No, si ya lo veía venir, que terminarían dándole el día. ¿Por qué habría gente que no entendía? Si ellos tuvieran las cosas tan claras como él, ¡qué fácil seria todo . . .!


Se fue nuevamente a su escritorio a preparar la documentación, aunque desde luego no pensaba apresurarse mucho, ¿qué sentido tenía? Ninguno.


Tenía que lograr sacarlo de la sala de guardia, en su planta podía actuar de otra manera. Ese fin de semana tenia a su mano derecha de guardia, si lograra llevárselo sin saltar ningún protocolo, la solución estaría en sus manos. De todos modos el cambio de indicación que hizo en la hoja de atención fue muy oportuno, los edemas que sufría el Sr. Pérez justificaban el uso de diurético en vena, y el aumento de la dosis que había indicado, estaba dentro de lo usual: ¿no querían sus familiares que se sintiera mejor?, pues así seria. También podría haber utilizado la insulina, igualmente no se hubiera notado al ser él diabético insulino-dependiente, pero esto entrañaba más riesgo ya que el paciente conocía muy bien los síntomas de la hipoglucemia y podría alertar de su estado, frustrando sus intenciones.  No, decididamente había obrado bien, lo más inteligente era lo que había hecho.


Una vez que organizó el traslado, habló con sus colegas del Hospital General y dio todas las ordenes a los respectivos departamentos. Decidió desentenderse del tema, por lo menos hasta la noche, cuando debería dar el parte y exigir a la familia que tomara una decisión, ya que no podía estar en esa plaza más allá de la mañana del día siguiente, cuando por fin se cumplirían las 48 horas.


Vino a su memoria un caso anterior similar, aunque la resolución fue mucho más simple. El señor era un anciano, trabajador del campo, y tanto el como su mujer, ni siquiera entendían lo que pasaba. La ridícula mujer sólo decía: cúremelo doctorcito cúremelo, con esa fe ciega de los ignorantes. Fue todo muy sencillo, sólo tuvo que decirle que pese a los esfuerzos de todo el equipo médico había sido decisión de Dios que él ya no estuviera en este mundo, y ella, agradecida, lloraba quedamente. Aunque para sus fines era lo mejor, no dejaba de sentir cierto rechazo ante la ignorancia y la estupidez humana.  


La mañana de domingo amaneció hermosa, por suerte había descansado bien. La familia del señor Perez había aceptado pasarlo a planta hasta el lunes por la mañana, que dijeron que se lo llevarían. La noche anterior les dio las buenas noticias: los parámetros estaban mejorando y como no podía estar en ese lugar más de 48 horas, el domingo estaría en planta. Todo perfecto, ya que había sacado a relucir su fingida simpatía, les había hablado como si se alegrara de la mejoría y nadie, ni sus mismos compañeros, podían sospechar nada. Llegado el momento no tendría que dar ninguna explicación.
Cuando llegó a la guardia, la mujer de Pérez estaba hablando con el médico a cargo del sector en ese momento, pero no había razón para preocuparse, allí no se podía quedarse. Saludó cortésmente y le indicó a ambos que ya estaban hechos los preparativos para el traslado.
Cuando logró tener a su cargo la historia clínica del paciente, con el pretexto de dar las indicaciones, se la llevó y se retiró a su despacho.
Pasó parte de la mañana en él, leyendo la lista de fatalidades que se incluían, desde luego, una más en esa historia de desaciertos, no significaría nada.
Finalmente optó por lo más conveniente e inocuo para él: mantuvo el aumento de diurético, que por lo poco que pudo apreciar en el momento que visitó al paciente esa mañana, supo que estaba dando resultado. También le surgió la idea de suspender toda medicación, dejando como única opción la morfina, ya que tanto el enfermo como la familia habían solicitado que no se le administrara si ellos no lo solicitaban. Por último, llenó todas y cada una de las hojas de los dos días que estuvo allí con las letras R/C, no había manera de que se produjera ningún error, ya todos sabían al ver esas letras que era un paciente al que no se debía recuperar. Las razones y justificaciones, si eran necesarias llegado el momento, podrían ser muchas. Satisfecho con su trabajo, sabiendo que había salvado a la Sanidad de muchas urgencias, posiblemente en los próximos dos meses, dejó la carpeta en enfermería y se fue a desayunar.


Pasó un domingo bastante tranquilo, al punto que logró olvidarse del señor Perez. Ya había hablado con el enfermero de guardia y estaba al tanto de como iban las cosas. De todos modos también había dado estrictas órdenes de que no se lo debía molestar por dicho paciente, salvo en el último momento para firmar la defunción. Ya no era necesario guardar las apariencias, tanto el enfermero como él estaban de acuerdo en cubrirse uno al otro si surgiera alguna reclamación, pero dudaba, no solían poner en entredicho su actuación en momentos como estos.


El enfermero, por ser fin de semana, tenia una planta con cuarenta pacientes a su cargo. No podía haber sido mejor, ya que ante cualquier reclamación, la misma gerencia del hospital taparía los hechos para que no se supiera lo mal que estaban trabajando.
Se acostó, soñando con el momento de alejarse del hospital, aunque al día siguiente fuera su día libre. Llevaba 48 horas en su trabajo y todavía la gente pretendía empatía, ¿quién la tenía con ellos? Si las autoridades no hacían nada,  no serían ellos los que se dejaran el pellejo por los pacientes. En medio de estas cavilaciones se quedó dormido.


Doctor, doctor, despiérte. Ya está, pensó, todo listo, ya está. Al llegar al piso vió en la ventana del recibidorl a la mujer de Pérez fumando. Le iba a decir algo, fumar en el hospital estaba terminantemente prohibido desde hacia años, pero lo pensó mejor y no se quiso arriesgar a una nueva escena, un cigarrillo más o menos y a las seis de la mañana no hacía daño a nadie más que a ella. Siguió directamente a la habitación, corroboró la defunción y firmó los papeles. Luego desapareció tan sigilosamente como había llegado.


Más tarde, cuando la familia se hubo retirado, fue el enfermero el que le puso al tanto de todos los detalles: los esfuerzos de la familia para que viniera el médico, que él había frustrado diciéndoles que no lo podía despertar, los esfuerzos por conseguir medicamentos que no fueran morfina, la ocurrencia que tuvo él de compararle la situación con la de un perro que sufre y se le pone una inyección para evitarle un sufrimiento inútil, la indignación de la mujer ante estas palabras, etc.
En fin, ya nada de eso tenia importancia él estaba orgulloso de haber cumplido con su deber. 
Uno menos colgado de la Seguridad Social, y ya iban . . .


Alicia

1 comentario:

  1. este lo haia leido, en realidad es un cuento de terror, y se de quien es, creo que debe ser este no vi otro de terror. esta exelente. exelente¡¡¡¡¡¡¡¡

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